EUROVISION 2016 las olimpiadas del pop
Si hay algo parecido a las olimpiadas del pop, la competencia definitiva de la música, es el Eurovision. Todos los años, cada país europeo (aunque siempre abierto a otros continentes como Canadá y Australia) presenta a su artista y su canción original con el objetivo de obtener la mayor cantidad de votos durante la semana de competencia y este domingo coronarse como la canción europea del año.
Ya en su 60ª edición, el concurso ha cimentado con creces su lugar como el espectáculo musical más importante del viejo continente y ha lanzado carreras musicales internacionales como ABBA y Celine Dion. En los últimos años, participantes y ganadores han tenido sus quince minutos de fama, como es el caso de Dana International, Loreen, Jedward y Conchita Würst. Los alcances del concurso no sólo se quedan en la semana de competencia; las clasificatorias internas de cada país (como el Melodifestivalen de Suecia) son un espectáculo en sí mismo y acaparan tanta atención de los medios y de los fanáticos como el Eurovision en sí.
Un concurso así de grande e importante no está exento de controversia. Durante los años de mayor agitación política en Europa, las votaciones reflejaban las alianzas políticas y geográficas del momento (cada país vota en una escala jerárquica por sus favoritos, excluyéndose a sí mismos). Luego de implementarse el voto de la audiencia, a través de llamadas, mensajes y apps pero siguiendo la misma lógica que la votación de los jurados, los países con más emigrados solían tener mayor votación. Esto ha llevado a una ligera "homogenización" de las canciones ganadoras, donde los ritmos más fáciles de digerir y las canciones en inglés suelen tener la preferencia de los votantes. Es así como los detractores del concurso hablan de que es un espacio sólo para pop desechable y baladas épicas, sin darle cabida al rock o a ritmos más urbanos. La controversia más grande de los últimos años ha tenido que ver con la visibilidad de la comunidad LGBT dentro del concurso. Para nadie dentro de la organización es un misterio de que los fanáticos más acérrimos están dentro del público gay. Por lo mismo ha sido ventana para artistas drag, queer y dance que hablan directamente a sus fans con una puesta en escena casi diseñada para ellos: mucha pirotecnia, visuales, vestuarios estrambóticos... toda una parafernalia que no se ve en otras competencias musicales. Y a pesar de que la organización prohibe explícitamente todo mensaje político en las presentaciones, en años anteriores han habido besos lésbicos, guiños al matrimonio igualitario y artistas que en sí mismos han generado revuelo, como Conchita u otros participantes rusos, que han usado el concurso como plataforma para luchar contra las leyes anti-LGBT de su país.
Este año, al igual que el año pasado (donde salió segundo), mi voto va para Rusia y estoy seguro de que no me equivocaré. La canción no sólamente cumple con la rimbombancia que uno espera de una canción ganadora de Eurovision, está cantada en inglés y sumando las circunstancias anexas ya mencionadas, creo que el público le dará un voto castigador a las leyes anti-LGBT en Rusia llevando a su artista a ganar el concurso.
Las olimpiadas del pop, como todo en la industria musical, son siempre más que sólo cantar bien.